domingo, 10 de marzo de 2013

Starbucks

Detesto absolutamente, todo el concepto STARBUCKS. Lo desprecio.

Entiendo que ellos se hacen un problema tremendo, y que es hasta posible que luego de leer este post me intenten contactar por teléfono para ver si puedo acercarles mi propuesta y conciliamos; pero igual LO DETESTO.

Me cabe mucho que se evolucione, que la gente cambie, que los gustos progresen; pero no concibo en lo más mínimo ir a un bar para que un pelotudo me ponga un diminutivo falsamente amigable y me haga ir con dos litros de café con gusto a Coco Abrillantado o a Fresas con Helado de Tiramisú, a cuestas. A costas de renunciar a esa magia de café en el bar, de ventanales enormes a la calle, de sobrecitos de azúcar, de mozos de propina escasa que se aprenden mi nombre a la segunda vez que voy.

Renunciar al café tranquilamente tomado, a ojear el diario, a leer un libro, a escuchar la conversación ajena o a leer los zócalos de un noticiero sin audio en la TV.

Que se yo. Para mí bancar a un bar propiamente dicho, es resistir. No quiero volverme yanqui. No quiero que esto sea Europa, quiero sentarme a tomar un café. No llegar al trabajo con un vaso térmico con mi nombre recortado.

Y sí. Es una pelotudez. Pero nos vamos poniendo viejos. Y en estas cosas, se nota.